
EL VESTIDO DE SEDA.
Pensaba que los días no tenían sentido. Las últimas semanas eran como perlas detenidas. La mujer que piensa esto es fuerte. Se ve fuerte, pero su mirada tiene algo de cuadro inconcluso.
¿Cuánto tiempo sin ir al salón de baile? Parecía que antes era todo más fácil, tomar la decisión de quedarse o partir.
¿Qué la hacía permanecer casi inmóvil, contemplativa? El invierno se había ido con su fuerza paralizante al otro hemisferio. Por los ventanales se filtraba la primavera. Piensa que es sólo un pequeño impulso el que necesita. Un salto mínimo para cruzar el abismo. Recorre la casa, abre ventanas . Entonces entra el aroma de flores recién nacidas.
Esta noche hay que salir, piensa. Algo la empieza a empujar fuera de la casa. Pero vuelve a dudar, muchos días sin mirarse al espejo.
El antiguo ropero está con llave; la gira y su sonido la estremece. Abre ambas puertas y aparecen los tesoros guardados : lo primero que ve la mujer fuerte y cada vez menos triste, es el vertido de seda que la atrapa desde su brillo azul, la mira con su posibilidad de tango, de mejilla y abrazo, de labio rojo y besos en la madrugada.
Entonces un pincel invisible termina de pintar sus ojos.